dilluns, d’octubre 02, 2006

Espíritu deportivo, la patria universal

Paradógicamente, algo tan bello como la práctica deportiva genera frecuentemente en el ser humano las pasiones más bajas, los sentimientos más deplorables. Hablo, entre otros, del fanatismo, junto al racismo, cánceres de las sociedades. Cuando digo racismo no me estoy refiriendo al rebaño de borregos que gritan imitando el gruñido del mono (animal bastante más noble que ellos, sin duda) cuando un futbolista de raza negra tiene el balón. Si me perdonáis la salida de tono, eso más que racismo es gilipoyez. Por otro lado, basta con dejar hablar a esos que gruñen para darse cuenta de que en la acera contraria, la de la democracia, se está más fresquito.
Me estoy refiriendo más bien al fomento, desde algunos medios de comunicación, esta vez sí de masas, de actitudes fanáticas. No criticamos aquí que alguien sienta los colores de su país, de su equipo, o del jugador que considere más oportuno. Pero que desde estos medios se escuche, por ejemplo, por un comentarista que "el que no sienta algo al escuchar el himno nacional, que se muera" (sic) (aquí digo comentarista para referirme a Poli Rincón, no me parecía correcto llamarle coplero, palmero o florero). ¿Qué pasa cuando el equipo nacional de fútbol se enfrenta a Francia y se califica a este último de "geriátrico francés"? ¿O esa moda de incluir los mensajes de móvil (me resisto a utilizar las siglas en inglés) llenos de barbaridades en la retransmisión (eso sí, previo pago del euro que cuesta el eructo telefónico)? Si el Tour lo gana alguien que no es español, ¿subirán más los impuestos? Recuerdo cómo en una Vuelta a España, la de 1984, Alberto Fernández nos emocionó cuando al quedar segundo por detrás de Eric Caritoux (fue la diferencia menor entre primero y segundo en la general final de la historia de la Vuelta) en el podio levantó el brazo del sorprendido corredor francés para reconocer deportivamente la victoria de éste.
Siempre que veo una retransmisión deportiva parece que, de imparcialidad por parte del comentarista, nada. El "que gane el mejor" se ha perdido. Da incluso la impresión que, una vez en una competición (por ejemplo un mundial) se ha eliminado la selección propia, está de más seguir informado. Véase las últimas competiciones en cualquier medio de comunicación.
Ya nos referimos también en este mismo blog al uso de términos bélicos como "armada española", "aplastar", "equipo enemigo", etcétera, que tan poco contribuyen a la deportividad. Por otro lado, esa moda que está imperando últimamente de poner en cuestión las decisiones arbitrales cuando afectan al equipo de nuestros colores me parece bastante poco edificante. Si con la constante desautorización de determinados estamentos como los arbitrales se quiere despertar algún sentimiento, opino que éste no será precisamente de amor al deporte. Por lo menos al deporte limpio.
Recuerdo, por otro lado, cuando de pequeño leía los libros que novelaban la vida de los deportistas y, si bien sentía algo especial cuando se hablaba de algún compatriota, la verdad es que me emocionaba con las gestas de los finlandeses, de los franceses, de los americanos, de los deportistas. ¿A alguien se le ocurre, por ejemplo, que sólo celebren las gestas de Sotomayor los cubanos? ¿No es esto a lo que se está tendiendo en deportes como el tenis, donde si no gana Nadal, Verdasco, o Martínez, no interesa? ¿Es incorrecto emocionarse al recordar a Sampras? Cómo recuerdo la primera vez que vi en persona a Bernard Hinault, el ciclista bretón. Era emocionante cómo dominaba el pelotón dando constantemente la cara.
Pienso que el deporte es una patria universal. Tengo en mente ahora las imágenes de las Olimpiadas de Berlín, con las victorias de Jesse Owen delante de Hitler y todo su aparato propagandístico (incluída Leni Riefenstahl, alias "Yo sólo trabajo aquí"). Con cada una de ellas no pienso que ganaran los EEUU. No creo que ganara el continente americano. Pienso que con cada victoria de Owen ganó la humanidad. Incluso creo que ganó también Alemania, que tal vez se diera cuenta durante unos segundo de que aquello de la raza aria era un camelo. No ganó un color, ni una persona, ni unas personas. Ganamos todos.
Para finalizar, me gustaría pedir que se volviera a aquellos ideales del deporte como la tierra de todos, blancos, negros, amarillos, o rojos, alemanes, estadounidenses, polacos... Y que gane el mejor.